EDUARDO ANGUITA

 

 

Poeta, cuentista, ensayista y antólogo, nace en Yerbas Buenas de Linares el 14 de noviembre de 1914. Realiza sus estudios en San Bernardo y Santiago. Ingresa a la Escuela de derecha de la Universidad Católica, carrera que abandona cuando cursa el tercer año. Posteriormente ejerce labores de publicista en Zig-Zag, radios Agricultura y Minería y en otras empresas de difusión. Fallece en Santiago el 12 de agosto de 1992.

 

Sus obras son:

“Tránsito al fin” 1934

“Antología de la poesía chilena nueva” (en colaboración con Volodia Teitelboim (1935)

“Antología de Vicente Huidobro” 1945

“Inseguridad del hombre” (cuentos)

“Anguita, cinco poemas” 1951

“Palabras al oído de México” (prosa y poesía) 1960

“El poliedro y el mar” 1962

“Rimbaud pecador” (ensayo) 1963

“Venus en el pudridero” 1967

“Poesía entera” (1° edición 1971; definitiva, 1994)

“Nueva antología de la poesía castellana” 1981

 

 

 

 

Venus en el pudridero.

 

¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío,

A la venida del sol, mientras un príncipe danza

En víspera de su coronación?

Yo pienso en el gusano.

 

¿Oís podrirse los duraznos en el granero,

Al atardecer, mientras las fechas del reino

Caen de los tronos

Y el viento las amontona, las dispersa y olvida?

Yo pienso en el gusano.

 

Si veis montar el agua de la noria,

Con un niño fijamente asomado al brocal

Frente a frente al abuelo,

Y se siente el beso de los amantes como una hoja seca

Que el pie del tiempo aplasta  crepitando:

¿Los amantes están muertos? No preguntéis con torpeza,

Pensad en el gusano.

 

Al borde del pozo, gusano y amante.

Los dos punteros del reloj.

El agua está vacía y la amada es un torrente de mil rostros

Despeñados.

Ambos sedientes, un  sol varonil frente al otro sol, también varonil,

Pero llorando y sombrío:

El de la aurora y el atardecer, íntimamente coludidos,

Aparentemente enemigos y cuan quebrantados.

 

Llegan carretas rebosantes de grutas maduras,

Se despiden los ancianos,

Las raíces quedan en acecho al sol de la espera.

Se acumulan los hechos.

 

Niño, niño mío, nómbrame sin pestañear,

En un segundo,

Las dinastías reinantes –siglos, siglos-

Los monarcas desgajados.

Abuelo, abuelo, nómbrame siglos sin pestañear, en un instante,

Antes que el ruiseñor concluya la nota de su silbo.

¿Quién osa alzar el tarot vertiginoso?

Todas las flechas están prontas o marchitas, como nunca nacidas.